Miércoles, 03 de Febrero de 2010 06:59 |
En tiempos electorales (pre-electorales, mejor dicho), hasta el ladrón de la esquina sale con que es moralista y puede entonces darnos lecciones de ética, de moral, de deontología, de decencia, honradez y prístina trayectoria. “¿Están locos?”, dirá la gente común, pero con pensamiento libre. ¡No están locos!, respondemos nosotros, porque a muchos de esos moralizadores los conocemos y sabemos lo cuerdo que son, solo que han devenido en personajes calculadores, fríos, inteligentísimos, pero igualmente malévolos, oportunistas, arribistas, malísimos, que no dudarían un segundo para zambullirse en las miasmas de la delincuencia, el crimen y el genocidio, con tal de lograr sus objetivos. Luego, entonces, a despecho de que los acusen de locos (precisamente), pueden hasta escribir libros, tomos completos o volúmenes en serie, sobre ética, y mostrarse inteligentes (más todavía) y por lo tanto ‘elegibles’ o creíbles en medio de la confusión. El contenido de esos libros, por supuesto, está precedido de conceptos cuidadosamente compilados, de autores consagrados por sus investigaciones realizadas sobre filosofía, ética, derecho, periodismo, pedagogía, sociología y otras ciencias relacionadas con la moral, a sabiendas de que son sustentos irrefutables de la ciencia del comportamiento. El problema (o el contrabando) está en que estos diablos no cuentan en parte alguna de sus libros, lo inmoral que fueron durante casi toda su existencia (ayer mismo, por ejemplo), las grandes maldades que coronaron su éxito individualista o el oportunismo suficiente con que llegó a ocupar tal o cual cargo laboral, político o comunicativo. Hablan en genérico (tal como estamos haciéndolo nosotros en este comentario, y comprensible, tal vez, porque no podríamos caer en delación y luego jactarnos de no ser delatores) y dominan las ‘indirectas’ con mayor maestría que las viejas chismosas cuando quieren hacer quedar mal a alguna ‘amiga’. Pero, dejando de lado esas características de los falsos moralistas, tomadas rápidamente para que nuestros lectores se ubiquen más o menos el contexto que planteamos y los personajes que imaginamos, ¿se enteraron que se hayan pronunciado –digamos- contra las empresas mineras que poco a poco van destruyendo el suelo, el agua, el aire y, en última instancia, la vida de los comuneros de Fajardo?, ¿se enteraron sobre la posición que tomaron con respecto de la matanza, persecución y criminalización de los hermanos de Bagua?, ¿escucharon que hayan defendido la gratuidad de la educación, aunque sea pidiendo el retiro, la destitución o la renuncia del Ministro de Educación? Si la respuesta es no, es decir, que no tomaron conocimiento de su ético comportamiento, no para beneficio de una persona o de una familia, sino para beneficio de miles de peruanos que esperan de sus representantes la mayor defensa, la pregunta es: ¿entonces, cómo diantres pueden tales personajes hablarnos de moral, de ética o de su lucha contra la corrupción, si ellos mismos están en la obligación moral de curarse en salmuera antes de hablar –o escribir- sobre la ética? Los que nacimos hace varias décadas, peinamos canas, conocemos historias –hasta personales-, y modestamente tenemos libertad irrestricta de hablar sobre las cosas que sabemos, no nos tragamos falsos y desafinados shows moralizadores, a estas alturas del debate. Lo propio alertamos a los lectores: que los corruptos, no vengan a hablarnos de corrupción, sin antes confesar que ellos fueron soldados de ese vil ejército. Aunque lo mejor sería que se callen o dejen el vil oficio. Si queremos cambios (que por cierto lo queremos), tiene que ser con gente sincera. En todo: en política, economía, administración, docencia, etc. http://www.adomiq.com/ |
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