Martes 3 2012
Texto: Marisancho Menjón
“Por nuestras tierras discurren ahora tres clases de aguas, según su pureza. Las tratadas después de haber sido utilizadas para lixiviar el oro con cianuro son denominadas de ‘Clase III’, lo que quiere decir que no deberían ser usadas para beber. Pero los campesinos las beben: ellos no distinguen clases de agua. Antes de que viniera la mina, la bebían directamente de los arroyos, tomándola con el sombrero”. “Desde que abrió las puertas a la Minera Yanacocha, el Estado peruano no está garantizando adecuadamente el derecho a la salud, a un medio ambiente saludable y el acceso al agua a las poblaciones aledañas a los tajos”.
Por afirmar cosas como ésta, el padre Marco Arana, sacerdote católico de la región de Cajamarca, donde opera la Minera Yanacocha, vive amenazado de muerte.
–¿No tiene miedo?
–No. Y aunque lo tuviera, ¿qué se supone que debería hacer?
Desde luego, no callar. Su defensa de los derechos humanos y ambientales de los cajamarquinos frente a los abusos cometidos por la minera le lleva acarreando problemas desde hace quince años. Los primeros los tuvo con la jerarquía de la Iglesia católica, que decidió enviarle a Roma por una temporada “para hacerle reflexionar”. El padre Marco, una vez en Roma, se fue a reflexionar a la basílica de Santa María la Mayor, cuyo techo está decorado con el primer oro que los españoles se llevaron del Perú. Concretamente, ese oro procede de la región de Cajamarca. El Padre Marco miraba aquel techo y pensaba en sus paisanos, en los nuevos expoliadores, en la maldición que ha sido para Cajamarca el hecho tener las entrañas entreveradas de metales preciosos.
Desde que en 1993 comenzó a operar la Minera Yanacocha (sociedad participada por la Newmont Mining Corporation, una minera local y una corporación financiera del Banco Mundial), la vida de los habitantes de la zona se ha trastornado por completo. Los campesinos han visto drásticamente reducida la disponibilidad de agua para sus cultivos, cuando no han quedado privados de ella en absoluto; buena parte de la que les llega está envenenada con cianuro del que se usa para extraer el oro, o con metales pesados que acaban por verterse a los cauces o los acuíferos subterráneos; a muchos les han arrebatado sus tierras a cambio de pagos irrisorios, pues la empresa se aprovechó de la ignorancia y la buena fe de las gentes para realizar compras abusivas; están sufriendo serios daños en su salud, la de sus animales y la de las plantas; y ven cada día cómo se degrada la fisonomía del paisaje, formado antes por hermosas montañas, lagunas y quebradas y hoy por enormes cráteres pelados salpicados de aguas ácidas, canchas de lixiviación cubiertas de un mar de plásticos negros sobre los que se levantan impresionantes zigurats escalonados, a base de terrazas de tierra cianurada.
Escombreras, vertederos, tuberías.
La mina fue en principio bien recibida: significaba la llegada de inversiones privadas con promesas de desarrollo y expectativas de trabajo. Sin embargo, quince años después aquellas promesas no se han cumplido. La zona es ahora más pobre de lo que era antes de que llegara la minera. La gente se ha visto defraudada y maltratada. Los cajamarquinos se sienten engañados y ofendidos. A los campesinos que se han opuesto a la mina se les ha llamado “borrachos manipulados” y “enemigos del desarrollo”. Se les ha criminalizado y reprimido con palizas, amenazas y encarcelamientos. Y son ya seis los líderes asesinados.
Yanacocha es la segunda empresa minera más grande del mundo (su socio mayoritario, Newmont, es la primera empresa del sector) y su tajo en Cajamarca es el más importante de América Latina. Se ubica en el extremo noroeste del Perú, a casi 5.000 m de altura, en las cumbres andinas, y a 48 km al norte de la capital de la región. Se trata de una explotación a cielo abierto para la extracción de oro por lixiviación con cianuro que ocupa unas 26.000 hectáreas. Todas las cifras relacionadas con este establecimiento minero son exorbitantes: extensión que ocupa, volumen de oro obtenido (más de dos millones y medio de onzas anuales), cantidad de tierra removida (600.000 toneladas diarias), volumen de agua empleada (17 millones de metros cúbicos al año), inversión realizada (casi dos mil millones de dólares en estos quince años), volumen de ingresos obtenido (más de mil seiscientos millones de dólares en el año 2006)… Pero hay dos cifras que destacan: las referidas a la tierra y al agua. Remover 600.000 toneladas de roca cada día significa hacer desaparecer una montaña en pocas semanas. Utilizar 17 millones de metros cúbicos de agua al año significa consumir más del doble de lo que supone el abastecimiento a la ciudad de Cajamarca, de 150.000 habitantes, y casi el triple de lo que anualmente utilizan los campesinos de la región.
Más allá de la cantidad de agua usada, sin embargo, el impacto más grave es el de la contaminación que causa en fuentes y ríos.
Yanacocha ha alterado radicalmente y para siempre el paisaje andino, y ha acabado con las fuentes naturales de agua de las montañas donde se ha instalado. Porque esas fuentes manaban de las montañas, y las montañas ya no están: las ha desmontado Yanacocha.
Esta clase de minería suele instalarse en la cabecera de las cuencas, su zona más vulnerable y frágil. Si se rompe la cabecera, los ríos y canales se deterioran gravemente y en muchos casos se secan. El Río Grande, que abastece a la ciudad de Cajamarca, ya no nace sino que lo nacen: donde antes había un manantial, hoy hay un racimo de tuberías negras que escupen por sus negras bocas 200 litros de agua por segundo, bombeados del acuífero, para hacer como que el río sigue vivo.
También se bombea el agua para abastecer los antiguos canales de riego que hoy han quedado secos: Quishuar (333 familias), Encajón-Collotán (70 familias), Yanacocha-Llagamarca (43 familias), San Martín-Túpac Amaru (465 familias), Quilish-Porcón (143 familias). En total, miles de personas que dependen ahora de que la minera mantenga esos bombeos para poder regar sus campos, atender a sus animales y… sobrevivir. Unos bombeos que se empezaron a hacer sólo tras fuertes protestas de los afectados.
La minera precisa importantes cantidades de agua para realizar una de sus operaciones fundamentales: la lixiviación con cianuro. En las montañas cajamarquinas el oro no sale en vetas, sino que está mezclado con la tierra. De cada tonelada de tierra se obtiene un exiguo gramo de oro. Por eso hay que arrancarla, desmenuzarla, extenderla en grandes terrazas de más de 40 m de espesor y regarla abundantemente con una mezcla de agua y cianuro para que el metal se separe de la tierra y se cuele, junto con el agua cianurada, hacia unos grandes depósitos de los que pasará a las plantas de tratamiento, donde se filtrará y precipitará para obtener el oro puro.
Esas grandes terrazas o “canchas” de lixiviación, tienen el suelo impermeabilizado con grandes piezas de material plástico, a fin de evitar que el cianuro se filtre al suelo y a los acuíferos. Sin embargo, esto no siempre se consigue del todo: se han detectado fugas y derrames con ocasión de fuertes lluvias que hacen rebosar las zonas impermeabilizadas, se han reportado rupturas de esos plásticos por el propio peso del material que se deposita sobre ellos o por la acción de las máquinas que realizan el trabajo…
Yanacocha tiene en Cajamarca cinco minas a cielo abierto, tres plantas de tratamiento del oro y cuatro canchas de lixiviación, entre ellas la más grande del mundo: la de La Quinua, con más de 3.000 hectáreas impermeabilizadas. La minera afirma (y con ella, todos los medios de comunicación e instancias oficiales) que dispone de la más avanzada tecnología, y que no contamina ni daña al medio ambiente; que el agua cianurada opera en circuito cerrado y que tras la lixiviación es tratada y depurada, para volverse a usar de nuevo.
Pero hay evidencias que oponer a estas afirmaciones: varios análisis de las aguas han confirmado la presencia en ellas de cianuro y de metales pesados; en los últimos años han ocurrido varios episodios de mortandad masiva de peces; los campesinos denuncian que a los animales se les cae el pelo; desde que la minera comenzó a operar se han disparado en las comunidades aledañas los casos de enfermedades respiratorias y diarreas agudas, así como las dermatitis, conjuntivitis y otro tipo de dolencias…
Por los canales de riego a los que se bombea agua tratada, se ven discurrir aguas rojizas que imprimen en las paredes del canal una visible huella de ese mismo color. El mismo, también, que muestran las aguas del río Shillamayo, que nace junto a la mina y cuya visión encoge el alma.
Este es el legado que dejará Yanacocha en el Perú. Porque cuando agote sus derechos concesionales, probablemente para el 2018, recogerá sus máquinas, cerrará sus plantas y se irá. ¿Quién bombeará entonces el agua a los canales y al Río Grande? ¿Quién restituirá las montañas desaparecidas, los suelos degradados, la Naturaleza envenenada? ¿Quién asumirá la responsabilidad de los problemas de salud que ya aquejan a la población circundante y que se agravarán en el futuro? ¿Qué se hará con los ríos sin nacederos? ¿Quién mantendrá y garantizará que no haya fugas, desbordes o roturas en las balsas y lagunas ácidas cargadas de metales pesados, sometidas a la degradación del tiempo, las tormentas y el elevado riesgo de seísmos? ¿Quién atenderá, en suma, unos problemas cuya existencia, a día de hoy, sencillamente se niega?
Los campesinos se sienten desamparados, no encuentran quien les defienda. Los más pobres son también los más desvalidos a la hora de hacer respetar sus derechos o exigir justicia. De ellos no se están ocupando ni las autoridades ni el Estado, que para los cajamarquinos son lo mismo que la empresa minera.
En Perú hay una ley sobre la minería, promulgada durante el gobierno de Fujimori (a comienzos de los años 90), hecha para favorecer la expansión de este tipo de empresas, llegadas principalmente de Estados Unidos. Pero no hay ley de aguas ni Ministerio de Medio Ambiente. La minería goza de grandes ventajas jurídicas y tributarias, aporta un canon que supone a las empresas en torno a un 1% de sus ingresos y el gasto que se dedica a mitigar o reponer los daños ambientales es en verdad irrelevante. Las actividades mineras generan el 45% de las divisas por exportaciones pero sólo el 4% de los ingresos fiscales al Estado y el 1% del empleo.
Poco después de iniciar su actividad, el gerente de Minera Yanacocha, Leonard Harris, declaró: “Nunca hemos tenido este tipo de entusiasmo y ayuda de un gobierno. No podríamos haberlo hecho tan rápido en los Estados Unidos”.
Los astronómicos beneficios que cada año reporta la Newmont en sus balances están costando muy caros al Perú y al bienestar y el futuro de los cajamarquinos. Y estamos hablando de extraer oro, un metal cuyo uso es principalmente suntuario (sólo un 10% se destina a la industria, mientras que a la joyería se destina más del 80%). Hay que ser conscientes de que estamos ocasionando gravísimos daños a la vida para exclusivo beneficio de una empresa y por el simple gusto de lucir joyas.
En palabras del padre Marco Arana, “cuando un día las generaciones futuras miren retrospectivamente cómo se defendieron los derechos sociales y económicos y cómo se construyó la democracia y el desarrollo sostenible en el Perú, lo que resultará incomprensible no será la lucha de los ciudadanos cajamarquinos, principalmente campesinos, sino por el contrario, será incomprensible cómo los peruanos no entendieron que debían ser todos, incluidos los mineros, los que debieron luchar por proteger el agua, la vida, el medio ambiente”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario