Escribe: José Luis Ayala
Primero habría que analizar adecuadamente y saber en realidad cuáles son los problemas. Para que los aymaras hayan tomado una actitud de rechazo a la minería en Puno, no es una cuestión coyuntural y menos política. Es más una de las tantas respuestas valientes que asumen frente al avasallamiento y permanente agresión de parte de un Estado colonial, al servicio de la exacción de las riquezas naturales del altiplano peruano. De modo que las movilizaciones contra las concesiones mineras, específicamente referidas a la explotación de la mina Santa Ana, ubicada en Huacullani, es una oposición racional, a las acciones de contaminación y destrucción del altiplano, de parte de la trasnacional Bear Creer Mining.
De hecho, una entidad con ilimitado poder como es la Sociedad Nacional de Minas, Petróleo y Energía, ha salido en defensa de la minera Bear Creer Mining como no podía ser de otro. Es una institución que cautela los intereses de las transnacionales, antes que los del Perú y de las comunidades campesinas. A eso se suma el presidente Alan García, quien ha dicho que los aymaras son dueños del suelo pero no del subsuelo ni de las minas. Para ningún analista es claro que ahora los aymaras tienen varios frentes: El presidente Alan García, la Sociedad Nacional de Minas, Petróleo y Energía; la Bear Creer Mining, la prensa parametrada y oficialista, así como la amenaza de que en cualquier momento: “Deberá imponerse la Constitución, el orden público y el respeto a la propiedad privada”.
Al pueblo aymara le asiste una razón histórica. Desde la colonia, la minería en Puno solo ha dejado miseria y pobreza extrema. Al pueblo aymara le asiste el derecho a vivir en un hábitat libre de relaves y contaminación del agua de sus manantiales, ríos y sobre todo del lago Titicaca. La Bear Creer Mining sostiene que el Estado respete el derecho que le ha concedido. Ese es un tema de fondo que se debe discutir. El pueblo aymara está ahora en contra de toda clase de concesiones y el presidente Alan García, ha amenazado con poner orden. Es otras palabras, en hacer respetar las exigencias de una transnacional a la que no le interesa la vida de miles de personas que viven de la agricultura y la ganadería, hace muchos siglos.
Para eso establece una “mesa de diálogo”, para llamar a conversar y amenazar, para decir que de parte del Estado hay una enorme comprensión del problema, pero que el gobierno no puede solucionar un problema que tiene tanto tiempo, que están obligados a levantar el paro si no habrá que proceder a poner orden. Ese mecanismo no es para escuchar, entender, atender, analizar, aprender, observar y conocer mejor, es para transmitir en otras palabras, la política del “Perro de hortelano”. Así, nada se puede esperar de parte de quienes hablan como ventrílocuos y que antes de “sentarse”, ya tienen el encargo de ser duros, inflexibles, irracionales. No importa la foto ni la sonrisa, lo que interesa es cómo piensan.
Hasta aquí los aspectos oficiales sobre los que gira el conflicto. Lo que no se tiene en cuenta en la mentalidad del pueblo aymara. Es decir, la cosmovisión que viene a ser el conjunto de conocimientos, de saber evaluar y reconocer todo cuanto conforma la imagen y visión el mundo. En consecuencia, toma en cuenta todo lo existente en el altiplano peruano, especialmente en los campos de la vida, la política, la economía, concepción de la cultura, la religiosidad, la ética y la moral. En otras palabras, hay un fantasma que recorre el altiplano, es el fantasma de la cosmovisión, creencia y mentalidad absolutamente en contra de la destrucción de la pachamama.
Llegamos entonces, a un punto en el que no es posible un entendimiento entre la minería y la cosmovisión, entre la cultura y la destrucción, entre la razón y la violencia; finalmente entre la vida y la muerte. Eso no entiende los depredadores ni exterminadores. La minería ve a cerros como parte de una geografía muerta llena de minerales. Para los aymaras el Khapía es el achachila mayor; en los cerros viven los apus, allí están enterrados los jintiles y sus ajayus están vivos. Los manantiales están habitados de sirenas, anchanchos y supayas. En el fondo, hay dos mentalidades irreconciliables y en conflicto desde hace siglos. Las amenazas de masacrar a los aymaras no cambiarán en nada una forma distinta de pensar para encarar los problemas que la humanidad se ha planteado desde hace milenios.
Llegamos entonces, a un punto en el que no es posible un entendimiento entre la minería y la cosmovisión, entre la cultura y la destrucción, entre la razón y la violencia; finalmente entre la vida y la muerte. Eso no entiende los depredadores ni exterminadores. La minería ve a cerros como parte de una geografía muerta llena de minerales. Para los aymaras el Khapía es el achachila mayor; en los cerros viven los apus, allí están enterrados los jintiles y sus ajayus están vivos. Los manantiales están habitados de sirenas, anchanchos y supayas. En el fondo, hay dos mentalidades irreconciliables y en conflicto desde hace siglos. Las amenazas de masacrar a los aymaras no cambiarán en nada una forma distinta de pensar para encarar los problemas que la humanidad se ha planteado desde hace milenios.
Sin embargo, no se puede negar que el presidente Alan García es quien más ha politizado el tema sin darle una respuesta racional. Se ha preguntado a quién beneficia políticamente el paro de los aymaras y ha dicho que deberá imponerse de todos modos el orden y la ley. El paro de los aymaras no es para apoyar a la señora Fujimori ni a Ollanta Humala, es una movilización legítima. Sin embargo, nadie puede negar que tanto el palacio de gobierno y la DIROES, se han convertido en dos locales políticos, desde donde se maneja la campaña de Keiko Fujimori. El presidente de la República en vez de apoyar sibilinamente a Fujimori, debería dar razón a los aymaras y no esperar que todo “se pudra” para después regar con muertos las calles de Puno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario