La Primera, 21.01.2011
Más de la mitad del territorio nacional está lotizado para la explotación de gas, minerales y petróleo, siendo la selva de Amazonas la más afectada con el 75% de todo su territorio. En esta región, la minería ha aumentado en un 17%, concentrándose en su mayoría en la zona del Cenepa, en la Cordillera del Cóndor, lugar habitado por los Awajun y Wampis, quienes protagonizaron, hace un año, los lamentables hechos de Bagua. A quinientos años de la llegada del conquistador español, las cosas no parecen haber cambiado mucho en este país que continúa sustentando su progreso en un modelo de desarrollo extractivista y depredador.
En Chiclayo un taxista poco informado me preguntó si iba a Bagua por el “oro negro”. El hombre, poco o nada sabía de los acontecimientos que se desarrollaron hace un año y que marcaron un punto de quiebre en la historia de este país. Aquel oscuro pueblito asentado en el verde valle del río Utcubamba, en el departamento de Amazonas, cuna del gigante Margarito Machaguay, solo era conocido por la anormalidad de este personaje abatido por una explosión de hormonas de crecimiento. Para el taxista, sin embargo, Bagua seguía siendo un lugar asociado al sueño del “oro negro”.
Dice Eduardo Galeano que la maldición de América Latina era tener una gigantesca reserva de minerales y petróleo. En el Perú, particularmente en la Amazonía, la maldición es el “oro negro”. La selva peruana, aparece como un gigante de oro y petróleo abatido por la codicia de los colonizadores. En ese contexto, Bagua es una de esas aciagas ciudades fundadas para cumplir una función de saqueo: servir de asentamiento para los colonizadores españoles que llegaban a la selva en busca del “Dorado o el oro perdido de los Incas”. Con el tiempo la búsqueda del oro continuó, pero con algunas variaciones de forma y color.
En la provincia de Uctubamba o Bagua Grande, opera una refinería y varias estaciones de bombeo de petróleo del Oleoducto Nor Peruano. Actualmente, las pobres economías de las pequeñas ciudades como Bagua dependen mayormente de la actividad extractiva del petróleo que desplazó a una próspera agricultura en crecimiento de azúcar y arroz que fue arruinada en los años 80 por el gobierno aprista.
La presencia militar, reforzada por la Guerra del Cenepa en el 2005, inyecta de vitalidad a las economías dependientes de estas ciudades. Otros tipos de actividades más pequeñas como el negocio de la comida, el hospedaje, la diversión y la prostitución, se nutren de la fuerte presencia castrense en la zona.
En la plaza de Armas de Bagua Chica, una imponente comisaría domina el centro de la ciudad. La presencia policial es notoria desde que se produjo el levantamiento indígena amazónico del 5 de junio del 2009, en donde se estima que murieron cerca de un centenar de indígenas, y una docena de policías que intentaban desalojar a los nativos de las instalaciones de la refinería de petróleo. El “oro negro” fue otra vez el responsable de otra masacre, esta vez en nombre del progreso.
El olor penetrante del petróleo recibe a los visitantes que llegan al distrito El Milagro en el sector el Reposo, a pocos minutos de Bagua Grande. Allí funciona la refinería el Milagro, una de las siete que abastecen gran parte de la demanda de combustible del país. Esta refinería procesa crudo nacional e importado y suministra energía eléctrica a los poblados menores. Sin embargo, un manto de oscuridad asoma en las callecitas y los parques de los poblados de Bagua chica y Bagua grande.
El alumbrado público es pobre y mezquino en esos lugares, pese a que ahí se produce suficiente energía para abastecer la demanda de las grandes ciudades de la costa como Chiclayo. Con todo y eso la gente sigue creyendo que el petróleo es una bendición. Ambas ciudades ostentan con orgullo los frutos del progreso traídos por el petróleo y parecen entrampadas en una provinciana competencia por quién tiene más pistas asfaltadas y colegios.
Dos visiones del progreso
La vida agitada y festiva de los pobladores de estas dos ciudades parece atrapada en una burbuja de desarrollo y progreso que contrasta con la vida apacible de los indígenas que viven de la tierra y los recursos naturales. A diferencia de los pobladores de las ciudades que creen que la explotación de madera y petróleo son sinónimos de prosperidad y de felicidad, los indígenas creen que ambas actividades son dañinas y letales para la vida de sus comunidades.
Una mujer Awajun, que había llegado a la ciudad de Bagua para participar en el homenaje a los “caídos de Bagua” me dijo que el desarrollo para ellos no eran pistas y edificios, sino una convivencia sana con sus hermanos de otras culturas, en armonía con la naturaleza. La mujer no entendía por qué su cosmovisión de respeto a la naturaleza era un obstáculo para el progreso del país.
La respuesta estaba a pocos metros. Un grupo de jóvenes de 15 a 17 años, observa un listado de carreras técnicas que promociona un instituto superior en Chiclayo. La oferta es variada, pero la mayoría se inclinan por el manejo de maquinarias pesadas para perforación de pozos petroleros o para actividades mineras y de construcción. Sus expectativas de desarrollo apuntan al dominio de herramientas para el sometimiento de la naturaleza.
Este histórico conflicto entre progreso y naturaleza tuvo su primera consecuencia en los hechos de Bagua, entre indígenas de varias etnias de la Cordillera del Cóndor y el gobierno, por la disputa de territorio. Curiosamente, el responsable no era el “oro negro”, canonizado por los pobladores de la ciudad como señal de progreso, sino la minería: una actividad todavía poco conocida en la zona.
Según el último reporte elaborado por el Observatorio de Conflictos Mineros (OCM), los proyectos de la minería metálica se ha desplazado, peligrosamente, de la sierra a la selva, principalmente al norte, en donde existen reservas nacionales y parques nacionales que albergan áreas de frágiles ecosistemas. Un ejemplo es la llamada naciente o cabecera del río Cenepa que compite ahora con los páramos de la sierra de Piura por cuál es el más amenazado por la minería.
Para el especialista en conflictos mineros, José de Echave, el resultado es claro: mayor cantidad e intensidad de conflictos sociales en el país. Los hechos de Bagua, así lo demuestran.
La verdad detrás de una guerra
La verdadera Guerra del Cenepa fue entre el Perú y sus indígenas y no contra los ecuatorianos. Esta se produjo en el 2009 ante la negativa del estado peruano en respetar el pacto celebrado con los indígenas que pelearon a favor del Perú en el conflicto armado con el Ecuador en el 2005, para la creación del Parque Nacional Ichigkat Muja.
Lejos de cumplir con ese pacto, el gobierno, sujeto a poderosos lobbys empresariales recortó la propuesta original de creación del citado parque, destinándolo a actividades mineras, tal como lo demuestra el documento: “Crónica de un engaño. Los intentos de enajenación del territorio fronterizo Awajún en la Cordillera del Cóndor a favor de la minería”.
De esta manera, se revela el rostro de un Estado que impone a “sangre y fuego” la actividad minera en territorio indígena violando abiertamente los derechos colectivos garantizados por el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.
Esta situación condujo a masivas movilizaciones en los años 2008 y 2009 y a una prolongada huelga, al término de la cual se produjeron los sangrientos hechos de Bagua, el 5 de junio de 2009. En esa ocasión el gobierno intervino con violencia para desalojar a los contingentes de comuneros Awajún y Wampis que habían bloqueado una carretera, lo que ocasionó enfrentamientos y 34 muertos.
El capitalismo no tiene aliados
Cientos de guerreros Awajún todavía esperan la promesa que les hizo el estado peruano de crear el Parque Nacional Ichigkat Muja, para quienes fueron actores decisivos en la cruenta guerra con el Ecuador. Ellos no solo entregaron sus vidas sino que participaron activamente en el apoyo logístico y abastecimiento de agua y alimentos a las tropas peruanas.
Fue por esa razón que en el 2005, luego de terminado el conflicto, el estado peruano los condecoró con una medalla como ciudadanos ilustres por defender los intereses de la patria. Hoy 5 años después de la guerra, el gobierno los llama “ciudadanos de segunda categoría” y los expulsa de su territorio por ser una amenaza para el progreso, por que para el capitalismo los aliados no existen. ¿Ironías de la vida?
El desarrollo: un viaje que tiene más náufragos que navegantes
Casi el 75% de la región Amazonas de Perú ha sido concedida a compañías mineras, petroleras y compañías de gas. En esta región, la minería ha aumentado en un 17%, concentrándose en su mayoría en la zona del Cenepa, en la Cordillera del Cóndor, lugar habitado por los Awajun y Wampis.
Similar es la situación de los descendientes de los Guayacundos y Tallanes en Piura quienes ven cómo la construcción del proyecto minero Río Blanco (cobre y molibdeno) amenaza el futuro de sus cultivos de café biológico en el norte de Perú. A pesar de que la población quiere entrar en diálogo con el gobierno, éste ha respondido de manera muy represiva y criminal a través de varios decretos que promueven la militarización de la protesta para garantizar un buen proceso de las actividades mineras.
Hasta el momento ya han muerto 7 personas en este largo conflicto con la minera Río Blanco y en Londres se está esperando el veredicto en el juicio contra la compañía minera Monterrico Metal por haber torturado a 28 ciudadanos tras una marcha de protesta al lugar en que se ubica la mina en 2005.
Por otro lado, la minería está a punto de contaminar el agua subterránea y superficial y la biodiversidad de la región del Amazonas. Como en el caso de la sequía excepcional del Amazonas en el año 2005, la muerte de la Selva amazónica puede causar una emisión enorme de CO2 almacenado en la selva. Ante esta visión apocalíptica cabe plantear la siguiente pregunta:
-¿Cuántos se benefician de este largo y azaroso viaje llamado capitalismo?
-Solo unos pocos.
A un año de Bagua, la situación no parece haber variado mucho en este país que es un hervidero de conflictos socio ambientales, con un gobierno que ha canonizado el modelo neoliberal y su última fase capitalista: el arrasamiento de nuestros recursos naturales. El Perú es hoy, más que nunca, un gigante de oro y petróleo abatido por la codicia de las transnacionales, y los millones de peruanos que vivimos en él seguimos naufragando en esa bendita ilusión que es el desarrollo.
Alberto Gonzáles
Colaborador
* El autor es periodista colaborador de medios alternativos: Servindi y Agencia Chaski
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/cronica/la-amazonia-y-la-maldicion-del-oro_76544.html
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